Ambos murieron ancianos. Jonás Salk (1914-1995) a los 81 años; Albert Sabin (1906-1993), a los 87. El primero era estadounidense por nacimiento, pues vio la primera luz en la ciudad de Nueva York. El segundo, oriundo de Polonia, estadounidense por naturalización.
Jonás Salk fue el creador de la primera vacuna contra la poliomielitis, también llamada parálisis infantil. Lo consiguió en 1955. Se trataba de una vacuna inyectable.
Dos años después, en 1957, Albert Sabin creó una segunda vacuna contra el flagelo que, a diferencia de la de Salk, se administra por vía oral. La administración oral supuso una decisiva ventaja sobre la inyectable, pues resulta mucho más fácil su aplicación masiva.
La vida de Salk y la de Sabin tienen una gran coincidencia, además de otras como la nacionalidad, la profesión, la contemporaneidad, el fallecimiento en la ancianidad y el mérito de haber creado sendas vacunas antipoliomielíticas.
Esa notable coincidencia radica en que ambos sabios se negaron a beneficiarse económicamente por la creación de la vacuna contra la parálisis infantil. Salk se negó a patentar su creación con las siguientes palabras: “¿A quién pertenece la vacuna de la polio? ¡A la gente! ¿O puede patentarse el Sol?”. Sabin, por su parte, también se rehusó a patentar su obra, pues insistía en que la vacuna debía administrarse en forma gratuita.
Jonás Salk y Albert Sabin no sólo fueron grandes sabios que salvaron de la muerte y de la incapacidad a millones y millones de niños en todo el planeta; fueron, además dos practicantes, dos militantes de la ética médica, científica y humana. Trabajaron incansablemente por el bien de la humanidad sin que mediara en su labor el afán de lucro, el propósito de enriquecimiento y acumulación de bienes materiales.
Ironías de la vida, ni Salk ni Sabin recibieron el Premio Nobel. A cambio poseen el más honroso título de benefactores de la humanidad.