Se sabe bien que los alimentos industrializados cuestan diez veces más que los alimentos escasa o nulamente procesados. Por ejemplo: un kilogramo de papas de excelente calidad cuesta en cualquier mercado Peruano a dos nuevos soles aproximadamente.
Es el mismo caso de casi todos los alimentos procesados: aguas y jugos embotellados, pasteles, galletas, caramelos, helados, conservas y un amplio catálogo de otras golosinas. Todos esos productos que popularmente reciben el nombre de comida chatarra.
Y se sabe también que tales alimentos, ricos en azúcares y harinas, son responsables de la epidemia de obesidad y sobrepeso que agobia hoy a la sociedad Peruana.
Pero como sabemos, la comida chatarra cuesta diez veces más que los alimentos no industrializados, no puede atribuirse a la pobreza, es decir, a la falta de recursos económicos, la elevada demanda y el muy alto consumo de este tipo de alimentos. Dicho en otras palabras, la pobreza le impediría a la gente este tipo de ingesta alimentaria.
Consecuentemente, la explicación de la epidemia de obesidad y sobrepeso que tanto nos aflige no debe buscarse en la pobreza de la sociedad, sino más bien en su contrario: en la inmensa abundancia de alimentos de todo tipo que caracteriza a nuestra época.
Una abundancia que coexiste y que ha provocado, ciertamente, distorsiones alimentarias y pésimos hábitos de consumo. Hábitos irracionales que llevan a las personas a estar dispuestas a pagar precios irracionales.
Y en el ámbito de lo irracional, es una absoluta irracionalidad afirmar que la pobreza le impide a la gente consumir frutas y verduras, pero no le impide el consumo de alimentos diez veces más caros. Obesidad y sobrepeso por abundancia y no por escasez alimentarias sería la ecuación correcta. Aunque nos cueste trabajo creerlo.